Las diferencias entre el cine clásico y el moderno
¿Qué hace que una película sea un clásico?
La cuestión es más compleja de lo que parece, ya que se pueden tener en cuenta varios aspectos para evaluar el impacto y la relevancia de una obra cinematográfica.
Historiográficamente, el cine clásico abarca un periodo que va desde el nacimiento del cine en 1895 hasta el inicio del movimiento neorrealista italiano en la década de 1940.
Muchas de las películas de esta época, incluidas las de la llamada Edad de Oro de Hollywood, siguen siendo las favoritas de los espectadores, incluso después de haber sido vistas y repasadas innumerables veces.
Estas obras han pasado a formar parte del canon del séptimo arte y se presentan como referencias para quienes estudian la historia del cine mundial.
En Estados Unidos, una película sólo puede entrar en el National Film Registry 25 años después de su fecha de estreno. Este es el tiempo aproximado para que un largometraje sea considerado un clásico, en opinión de algunos estudiosos. Sin embargo, la definición también varía según el parámetro analizado:
Un clásico puede ser una película que ha batido récords de taquilla o de premios.
Puede ser una película original, diferente a la mayoría.
También puede ser una película que haya influido en muchas personas y que se haya convertido en parte de la cultura de alguna manera.
Una película que se considera intemporal y memorable.
En general, las producciones del periodo llamado la Edad de Oro de Hollywood se consideran clásicos.
¿Qué caracteriza a una película clásica?
Las características estilísticas que definen el cine clásico ganaron notoriedad en las primeras décadas del siglo XX y se consolidaron como modelo hegemónico al final de la Segunda Guerra Mundial.
«A grandes rasgos, el cine clásico se caracteriza por las narraciones lineales, con un principio, un medio y un final bien definidos y un cierre cerrado. También es una constante de la época clásica la suma de procedimientos para generar cierta magia, como si no fuera posible que el cine se presentara ante el espectador como el fruto de una serie de artificios. Especialmente en el cine de Hollywood, los finales felices y/o conciliadores eran habituales».
«El cine clásico ‘mastica’ el lenguaje para el espectador, haciendo invisible el montaje. Para ejemplificar, esto sucede cuando el público no siente cada corte, ni extraña algún tipo de cambio abrupto dentro del montaje. También contribuye el uso de la música, que hace más catártica la relación del espectador con la película. Los personajes no «rompen la cuarta pared» (lo que ocurre cuando un actor se dirige directamente al público, por ejemplo, o se entera de que las acciones de la película no son reales) y en ningún momento actúan de forma que el público dude de lo que está viendo».
Según Müller, incluso los movimientos rompedores (como el expresionismo alemán) se guiaron en parte por estas reglas, que se fueron subvirtiendo hasta la generación del cine moderno. «Es importante señalar que los cambios no se produjeron de la noche a la mañana, sino que fueron graduales y se nutrieron durante décadas de iniciativas vanguardistas», explica el profesor.
¿Qué caracteriza al cine moderno?
La transición de lo clásico a lo moderno no debe verse necesariamente como la sustitución de un tipo de cine por otro, sino como una transición natural. «La base del cine moderno es justamente el cine clásico, que trascendió ciertos límites, rompió barreras y reconfiguró los cánones. El cine se reinventa», afirma Müller. Un ejemplo de ello son los cineastas de la Nouvelle Vague, que, aunque formaban parte de un movimiento moderno, utilizaron y reconfiguraron elementos del cine clásico de Hollywood -por ejemplo, Breathless / À Bout de Souffle (1960), con sus referencias al cine policíaco. Al fin y al cabo, para romper algunos patrones, es necesario conocerlos primero.
Según Marcelo Müller, el cine moderno nació con el neorrealismo italiano, concretamente con Roma, ciudad abierta / Roma Città Aperta (1945), de Roberto Rossellini. «Es el fruto de una serie de experimentos que se habían llevado a cabo durante los años anteriores, pero también una respuesta artística a los efectos de la Segunda Guerra Mundial. La falta de disposiciones y la desilusión del conflicto que alteró la percepción de la realidad en el mundo determinaron la forma en que Rossellini dribló las convenciones para establecer una nueva forma de hacer cine», afirma.
El cine moderno sobre el modelo americano surgió con Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles. «Welles aportó a esta película algunos cambios bruscos, como la profundidad de campo, la plongée (que en francés significa «inmersión» y se refiere a una cámara alta y orientada hacia abajo) y la contraplongée, las elipsis temporales radicales y la narración fragmentada (principio, medio y final, no necesariamente en ese orden). Además, aportó su experiencia en la radio y el teatro, lo que supuso algunos cambios en la forma de actuar, buscando nuevos matices en la pantalla y rompiendo la ‘cuarta pared’, entre otras innovaciones».
Algunas de las características más llamativas de la modernidad son la existencia de personajes más complejos y polifacéticos, menos proclives al maniqueísmo; además, la cámara ganó movilidad y el movimiento se convirtió en un vector importante de este cambio. «El montaje no creaba necesariamente un recorrido lineal y los finales eran a menudo abiertos. Por un lado, una mayor fidelidad a la idea de la vida real y, por otro, una noción precisa del cine como una forma de arte única y fascinante que puede incluso reflexionar sobre sí misma», añade Müller.
Cine clásico versus cine moderno
¿Cuál sería, entonces, la mayor diferencia entre el cine clásico y el moderno?
Posiblemente la libertad de reinventarse, de romper supuestas reglas en favor de experiencias múltiples y, tal vez, más íntimas. Mientras que el cine clásico buscaba sobre todo involucrar al espectador en un universo mágico y fantástico, el cine moderno surgió con preocupaciones más profundas, como la reflexión sobre su propia naturaleza y su papel social, invitando incluso al espectador a meditar sobre el proceso durante la sesión. Estas subversiones proponían una ruptura con la corriente que «vendía» el cine clásico, cuyo objetivo era crear una ilusión a la que el público debía entregarse por completo.
Cabe señalar que un tipo de cine no infravalora al otro. Todos los momentos cinematográficos tienen su lugar en la historia y fueron motivados por circunstancias externas: políticas, económicas, sociales o culturales. El repertorio del espectador contemporáneo está formado por una serie de películas consideradas clásicas, obras de extrema maestría en su composición narrativa y estética. Curiosamente, muchas películas que se ajustan a la definición de cine moderno ya son consideradas por muchos, hoy en día, como clásicos. En cierto modo, las películas notorias de hoy se convierten en los clásicos de mañana.
Según Marcelo Müller, entre los mayores representantes del cine clásico se encuentra el director estadounidense que contribuyó a dar forma al género del western, John Ford, de La diligencia (1939).
El alemán Ernst Lubitsch, afincado en Estados Unidos, con Problemas en el paraíso (1932), fue un auténtico maestro de la comedia sofisticada.
Otra figura emblemática fue Alfred Hitchcock, con su largometraje «Los 39 escalones» (1935), que se movía entre lo clásico y lo moderno. Douglas Sirk, con «Palabras del viento» (1956), es considerado el gran director del melodrama cinematográfico. Dejando atrás las producciones de Hollywood, el cineasta japonés Akira Kurosawa, de «Los siete samuráis» (1954), también puede mencionarse como ejemplo de cine clásico. La lista de grandes cineastas es larga, y no puede faltar el nombre de Charles Chaplin, de «Tiempos modernos» (1936), posiblemente el más grande de los clásicos.
Entre los más destacados del cine moderno se encuentran cineastas como Orson Welles, en «Ciudadano Kane» (1941), considerada también por muchos un clásico; John Cassavettes, en «Sombras «(1958); François Truffaut, en «El incomprendido» (1959); Jean-Luc Godard, de» Sin aliento «(1960); Federico Fellini, de «La dolce vita» (1960).